"De hecho, los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios, ni innovadores, son tradicionalistas" (Papa san Pío X)

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domingo, 7 de abril de 2019

Sermón del Domingo de Pasión


Decía Jesús a las turbas de los Judíos: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Pues si yo os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? (Jn. Cap. VIII)

Homilía 18 sobre los Evangelios de san Gregorio, Papa

Considerad, hermanos carísimos, la mansedumbre de Dios. Había venido para perdonar los pecados, y decía: “¿Quién de vosotros podrá argüirme de pecado?” No se desdeña de mostrar con razonamientos que él no era pecador, el mismo que por la virtud de su divinidad, podía justificar a los pecadores. 

Pero es muy terrible lo que sigue: “Aquél que es de Dios, escucha las palabras de Dios, y por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”; sí, pues, aquél que es de Dios oye las palabras de Dios, y no las puede oír todo aquel que no es de Dios, pregúntese cada uno de vosotros si el oído de su corazón percibe las palabras de Dios, y con esto entenderá de dónde sea. 

La Verdad manda que deseemos la patria celestial, que mortifiquemos los deseos de la carne, declinando la gloria del mundo; que no deseemos lo ajeno, y que demos de lo propio. 

Por consiguiente, cada uno de vosotros examine dentro de sí mismo, si esta voz de Dios ha sido atendida por el oído de su corazón, y de esta suerte conocerá que ya es de Dios. Pues hay no pocos que ni se dignan escuchar con los oídos corporales los preceptos de Dios. Y también existen no pocos, que a la verdad, escuchan estos preceptos con los oídos corporales, pero no tienen el menor deseo de practicarlos. 

Y hay también algunos, que reciben con buena voluntad las palabras de Dios, de tal suerte que compungidos derraman lágrimas, mas después de haber llorado sus pasadas iniquidades vuelven a ellas. Estos, a la verdad, no oyen las palabras de Dios, ya que no se dignan ponerlas en obras. Vosotros, carísimos hermanos, considerad vuestra vida, y con profunda atención, temed lo que nos dice la misma Verdad: “Por esto vosotros no oís, porque no sois de Dios”. 

Mas esto que la Verdad dice de los que merecen ser reprobados, lo manifiestan ellos mismos con sus obras. Véase, en efecto, lo que sigue: “Respondieron los Judíos y dijeron: ¿Acaso no decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes el demonio?” Mas, escuchemos lo que responde el Señor, después de haber recibido tan gran injuria: “Yo no tengo el demonio sino que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado”. 

La palabra samaritano significa guardián, y lo es, y lo es, en verdad, aquel a quien el salmista dice: “Si el Señor no guarda la ciudad, en vano velan los que la guardan”; y al cal se dice por Isaías: “Centinela, ¿qué ha habido esta noche? Centinela ¿qué ha habido esta noche?”. He aquí por qué el Señor no quiso responder: no soy Samaritano; sino: Yo no tengo el demonio. Dos cosas le echarán en cara: una la negó, la otra, callando, la confirma.