"De hecho, los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios, ni innovadores, son tradicionalistas" (Papa san Pío X)

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domingo, 28 de abril de 2019

Domínica in Albis

"En aquél tiempo: En aquél día, el primero de la semana, siendo ya tarde, y estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban reunidos los discípulos por miedo de los Judíos, vino Jesús, y apareciéndose en medio de ellos, les dirigió estas palabras: "La paz sea con vosotros". Y lo que sigue. (Del Evangelio según san Juan Cap. XX, 19-31). 


- Homilía 26 sobre los Evangelios de san Gregorio, Papa:

I
La primera cuestión que se ofrece a nuestra mente cuando oímos la lectura del Evangelio de este día, es la siguiente: ¿de qué modo fue un verdadero cuerpo del Señor después de la resurrección, y como pudo presentarse a los discípulos estando las puertas cerradas? A esto debemos responder que si las obras divinas se comprendieran con la razón, no serían admirables, ni la fe tendría merito si la razón explicase el misterio. Estas obras de nuestro Redentor, que son completamente incomprensibles, las hemos de comparar con otras que realizo en otras circunstancias, a fin de aumentar nuestra fe en estas cosas admirables, con la consideración de otras mucho más maravillosas. Tengamos presente, que aquel cuerpo del Señor que se presentó a sus discípulos estando las puertas cerradas, es el mismo que en su natividad vino al mundo sin abril el seno de la Virgen. Por lo mismo ¿Qué tiene de admirable que entrase estando las puertas cerradas, el que después de su resurrección había de reinar eternamente, si viniendo para morir salió del seno cerrado de la Virgen?

II
Mas porque la fe de los que le miraban dudaba de aquel cuerpo que contemplaban, les mostró al instante las manos y el costado, les ofreció, para que la tocaran, aquella carne que entró estando las puertas cerradas. Con lo cual, les dio prueba de dos cosas admirables, y que parecen contrarias a la humana razón, a saber; que siendo su cuerpo después de la resurrección incorruptible, con todo se podía palpar, siendo así que todo lo palpable está sujeto a corrupción, y no es palpable lo que no se corrompe. Y no obstante, de una manera admirable e inestimable, nuestro Redentor después de su resurrección mostró su cuerpo incorruptible y palpable. Lo cual realizó, a fin de que mostrándolo incorruptible nos invitara al premio, y ofreciéndolo palpable nos confirmase en la fe. Así pues, lo mostró incorruptible y palpable, para enseñarnos que verdaderamente su cuerpo después de la resurrección era de la misma naturaleza que antes, pero con una gloria mucho mayor.

III
Y les dijo: “La paz sea con vosotros. Así como me envió mi Padre, así yo os envío a vosotros”. Esto es, así como mi Padre Dios me envío a mí que soy Dios; así yo Hombre, os envió a vosotros hombres. El Padre envió al Hijo, aquel mismo que quiso se encarnase para la redención del linaje humano. Quiso que se encarnase para padecer, y con todo amaba a aquel Hijo que quiso sufriese la pasión. Así también el Señor envió a los Apóstoles, no a los goces del mundo, sino a lo mismo que él fue enviado, es decir a la pasión y a los sufrimientos. Por lo mismo, así como el Hijo amado por el Padre es enviado a los sufrimientos, así los discípulos son amados por el Señor, y con todo son enviados al mundo para padecer. Por lo cual dice con toda verdad; “Así como me envió el Padre, así yo os envío” Es decir, que al enviaros en medio de los escándalos de los perseguidores, os amo con aquella caridad con la cual me ama el Padre, quien me envió para los sufrimientos de la pasión.


domingo, 14 de abril de 2019

En el monte de los Olivos (Ramos)

Acercándose Jesús a Jerusalén, y llegando a Betfagé al pie del monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos. (Mt. Cap. XXI)

Es digno de atención el hecho de subir al templo después de dejar a los Judíos, aquel Señor que debía habitar en el corazón de los gentiles. El verdadero templo es aquel que el Señor es adorado, no según la letra, sino en espíritu. El templo de Dios es el que está constituido, no por una construcción de piedras, sino por el encadenamiento de las verdades de la fe. El Señor abandona, pues, a los que le odiaban, y escoge a los que debían amarle. Y por eso sube al monte de los Olivos, para plantar con su virtud divina estos noveles retoños de olivos que tienen por madre la Jerusalén espiritual. En este monte está Él mismo, el celeste agricultor, de tal suerte que cuantos se hallan plantados en la casa de Dios, puedan decir verdaderamente: “Yo soy como olivo fructífero que está en la casa del Señor”.

Del libro 9 de S. Ambrosio sobre san Lucas

Sermón 11 de san León, Papa, sobre la Pasión del Señor

He aquí, carísimos, que nos hallamos ya en la festividad de la Pasión del Señor tan deseada por nosotros y tan necesaria a todo el mundo; en medio de los transportes de los goces espirituales que nos comunica, no podemos permanecer en silencio. Y si bien es difícil hablar digna y convenientemente muchas veces sobre una misma solemnidad, con todo, no puede el sacerdote sustraerse al deber de predicar a los pueblos fieles, tratándose de un tan gran misterio de la divina misericordia. 


Siendo la materia en si misma inefable, por lo mismo proporciona recursos para hablar; y nunca puede ser suficiente lo que se diga, porque nunca se agotará el asunto que se trata. Por consiguiente, humíllese la debilidad humana delante de la gloria de Dios, y confiese que es siempre insuficiente para exponer las obras de su misericordia. Esfuércese nuestra inteligencia, permanezca en suspenso nuestro espíritu, y deficiente nuestra expresión. Nos conviene darnos cuenta de lo pequeñas que son ante la realidad nuestras ideas más elevadas acerca de la majestad del Señor. 



Al decir el profeta; “Buscad al Señor, y esforzaos, buscad siempre su rostro”, nadie pretenda haber hallado todo lo que busca; no sea que deje de acercarse a él si deja de encaminarse hacia él. Ahora bien, entre todas las obras de Dios ante las cuales desfallece la admiración humana ¿hay otra que conmueva nuestro espíritu y sea superior a las fuerzas de la inteligencia como la Pasión del Salvador? 



El cual, para librar al linaje humano de la esclavitud de la mortal prevaricación, ocultó la potencia de su majestad al furor del diablo, y no le opuso más que la flaqueza de nuestra debilidad. Si aquel enemigo cruel y soberbio hubiese podido conocer el designio de la misericordia de Dios, ciertamente que habría preferido inspirar sentimientos de mansedumbre en el ánimo de los Judíos que odios injustos, a fin de no perder el dominio de sus esclavos, persiguiendo la libertad de aquel que nada le debía. 



Su malignidad le engañó; infirió al Hijo de Dios un suplicio que había de redundar en remedio de todos los hijos de los hombres. Derramó la sangre inocente que debía ser la reconciliación del mundo y nuestra bebida. El Señor sufrió lo que había elegido según los designios de su voluntad. 



Se puso en manos de sus enfurecidos enemigos, los cuales, al dejarse arrastrar por su propia maldad, se hicieron  servidores del Redentor. Era tanta la ternura de su amor a favor de los mismos que le crucificaban, que estando en la Cruz, suplicaba a su Padre, no que los castigase sino que los perdonase. 


domingo, 7 de abril de 2019

Sermón del Domingo de Pasión


Decía Jesús a las turbas de los Judíos: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Pues si yo os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? (Jn. Cap. VIII)

Homilía 18 sobre los Evangelios de san Gregorio, Papa

Considerad, hermanos carísimos, la mansedumbre de Dios. Había venido para perdonar los pecados, y decía: “¿Quién de vosotros podrá argüirme de pecado?” No se desdeña de mostrar con razonamientos que él no era pecador, el mismo que por la virtud de su divinidad, podía justificar a los pecadores. 

Pero es muy terrible lo que sigue: “Aquél que es de Dios, escucha las palabras de Dios, y por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”; sí, pues, aquél que es de Dios oye las palabras de Dios, y no las puede oír todo aquel que no es de Dios, pregúntese cada uno de vosotros si el oído de su corazón percibe las palabras de Dios, y con esto entenderá de dónde sea. 

La Verdad manda que deseemos la patria celestial, que mortifiquemos los deseos de la carne, declinando la gloria del mundo; que no deseemos lo ajeno, y que demos de lo propio. 

Por consiguiente, cada uno de vosotros examine dentro de sí mismo, si esta voz de Dios ha sido atendida por el oído de su corazón, y de esta suerte conocerá que ya es de Dios. Pues hay no pocos que ni se dignan escuchar con los oídos corporales los preceptos de Dios. Y también existen no pocos, que a la verdad, escuchan estos preceptos con los oídos corporales, pero no tienen el menor deseo de practicarlos. 

Y hay también algunos, que reciben con buena voluntad las palabras de Dios, de tal suerte que compungidos derraman lágrimas, mas después de haber llorado sus pasadas iniquidades vuelven a ellas. Estos, a la verdad, no oyen las palabras de Dios, ya que no se dignan ponerlas en obras. Vosotros, carísimos hermanos, considerad vuestra vida, y con profunda atención, temed lo que nos dice la misma Verdad: “Por esto vosotros no oís, porque no sois de Dios”. 

Mas esto que la Verdad dice de los que merecen ser reprobados, lo manifiestan ellos mismos con sus obras. Véase, en efecto, lo que sigue: “Respondieron los Judíos y dijeron: ¿Acaso no decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes el demonio?” Mas, escuchemos lo que responde el Señor, después de haber recibido tan gran injuria: “Yo no tengo el demonio sino que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado”. 

La palabra samaritano significa guardián, y lo es, y lo es, en verdad, aquel a quien el salmista dice: “Si el Señor no guarda la ciudad, en vano velan los que la guardan”; y al cal se dice por Isaías: “Centinela, ¿qué ha habido esta noche? Centinela ¿qué ha habido esta noche?”. He aquí por qué el Señor no quiso responder: no soy Samaritano; sino: Yo no tengo el demonio. Dos cosas le echarán en cara: una la negó, la otra, callando, la confirma. 

Tiempo de Pasión


Sermón 9 de Cuaresma de san León, Papa

No ignoramos, amadísimos, que entre todas las solemnidades cristianas, el misterio pascual es el que ocupa el primer lugar. Para celebrarle digna y convenientemente, nos prepara y dispone, mediante la reforma de nuestras costumbres, nuestra conducta durante todo el resto del año; mas los días presentes nos obligan todavía más a una mayor devoción, puesto que sabemos que están más próximos a aquel en que celebraremos el sublime misterio de la misericordia divina. 

Para estos días, muy razonablemente los santos Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, instituyeron mayores ayunos, a fin de que estando todos más unidos con la cruz de Cristo, también hagamos algo de lo mucho que por nosotros practicó. Como dice el Apóstol: “Si padecemos con él, también seremos con él glorificados”. Ya que cuantos participan de la pasión de Cristo tienen esperanza cierta en la bienaventuranza que prometió. 

A nadie, amadísimos, se niega la participación en esta gloria, sin que sea obstáculo para ello la condición del tiempo, ya que la tranquilidad y la paz no nos privan de la práctica de la virtud. Ya lo predijo el Apóstol, diciendo: “Todos los que quieren piadosamente en Cristo, sufrirán persecución”. Y por lo mismo jamás faltan las pruebas de la persecución, si no se deja la práctica de la piedad. 

Y a la verdad, el Señor en sus exhortaciones dice: “Quién no toma su cruz y me sigue no es digno de mi”. Ni hay duda que esta palabra va dirigida, no solamente a los discípulos de Cristo, sino a todos los fieles, a toda la Iglesia, la cual en su universalidad escuchaba las condiciones de la salvación en la persona de los que estaban presentes. 

Así como conviene a todo este cuerpo vivir piadosamente, así es propio de todos los tiempos llevar la cruz, y no en vano se aconseja a cada uno que la lleve, ya que cada uno sufre su peso en una forma y según una medida que le son propias. Uno es el nombre de la persecución, pero la causa del combate no es una sola, y generalmente hay más peligro en el enemigo oculto que en el manifiesto. El bienaventurado Job enseñado por la alternativa de los males y bienes de este mundo, decía muy piadosa y verdaderamente: “¿Acaso no es una tentación toda la vida del hombre sobre la tierra?” 

Ya que el alma fiel no solamente sufre los dolores del cuerpo, sino que, aun cuando permanezcan sanos todos los miembros corporales, se ve amenazada por una grave enfermedad si se deja debilitar por los placeres de la carne. Pero, como “la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu a los de la carne” el alma racional, con el auxilio de la cruz de Cristo, no consiente en los deseos culpables al ser tentada, por sentirse como traspasada por los clavos de la continencia y el temor de Dios. 

sábado, 30 de marzo de 2019

Domingo Laetare - Multiplicación de los panes


Ciertamente es mayor milagro el gobierno de todo el mundo que la alimentación de 5000 hombres con 5 panes. Y con todo, de aquello nadie se admira. De esto nos admiramos, no porque sea cosa mayor, sino porque es rara. 

Y a la verdad, ¿quién ahora alimenta a todo el mundo sino aquél que con pocos granos produce los alimentos? Jesucristo obró, pues, como Dios. Con el mismo poder con que multiplica pocos granos produciendo las mieses, hizo que en sus manos se multiplicasen los 5 panes. 

El poder estaba en las manos de Cristo.  Aquellos 5 panes eran como semillas, no puestas en la tierra sino multiplicadas por aquél que hizo la tierra.

(Del tratado 24 de san Agustín sobre san Juan -Jn. Cap.VI-)

"Explicaré cosas escondidas desde el comienzo del mundo".