Del tratado 49 de san Agustín del Evangelio de san Juan:
Los pontífices y los fariseos reunieron el consejo y decían: ¿Qué hacemos? No decían empero «creamos». En efecto, hombres perdidos, más que en cómo mirar por sí para no perecer, pensaban en cómo dañar para destruir; y, sin embargo, temían y, por así decirlo, deliberaban. En efecto, decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos signos: si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y aniquilarán el lugar y la nación nuestros.
Temieron perder lo temporal, mas no pensaron en la vida eterna, y así perdieron una y otra cosa. De hecho, los romanos, tras la pasión y glorificación del Señor, les aniquilaron el lugar y la nación, tomándolo por las armas y trasladándola; y les toca en suerte lo que en otra parte está escrito: En cambio, los hijos de este reino irán a las tinieblas exteriores. Pues bien, porque percibían que la doctrina de Cristo se oponía al templo mismo y a sus leyes patrias, temieron esto: que, si todos creían en Cristo, nadie quedaría para defender contra los romanos la ciudad y el templo de Dios.
Ahora bien, uno de ellos, Caifás, como fuese pontífice de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada ni pensáis que nos conviene que por el pueblo muera un único hombre, y no perezca la nación entera». Ahora bien, no dijo esto por su propia cuenta, sino que, como fuese sumo pontífice de aquel año, profetizó. Aquí se nos enseña que el espíritu de profecía predice el futuro incluso mediante hombres malos; el evangelista empero atribuye esto a un misterio divino, porque fue pontífice, esto es, sumo sacerdote.