Muchos clérigos y laicos conciliares y posconciliares no querían ni escuchar que se hable mal o negativamente del mundo o de la relación cautelosa y aguerrida que debe llevar la Iglesia ante el mundo. Llamaban a los que pensaban así despectivamente “profetas de desgracias”. Forman parte, a la luz de la perícopa evangélica ut supra mencionada, de los que el mundo no aborrece, porque no dan testimonio de que sus obras son malas, contemporizan con él, relativizan la doctrina para agradara los poderes humanos y no humanos del mundo. Pero a ellos los aborrece Dios.
En cambio los tradicionalistas, la historia reciente lo dice, han sufrido constante persecución por fuera y sobre todo, la más dolorosa, por dentro de la Iglesia. Ellos son aborrecidos porque dan testimonio contra el mundo, y contra toda unión de la Iglesia y el mundo, porque sus obras son malas. A estos “profetas de desgracias” los ama Dios, quien no dudó en sacrificar a su Hijo para expiación de nuestros pecados y abrirnos las puertas del Cielo para los que se arrepienten y hacen penitencia.
C-