De cómo el alma puede recobrar la semejanza con el esposo
De un sermón de san Bernardo de Claraval (SCant 83,3-5)
Esta conformidad une al alma con el Verbo, cuando, siéndole ella semejante por su naturaleza, procura semejarse a Él por su voluntad, amándole como por Él es amada. Luego, si le ama perfectamente se desposa con Él. ¿Existe otra cosa más dulce que esta conformidad? ¿Algo más deseable que este amor que , no contentándose el alma con las instrucciones recibidas de los hombres, se acerca animosamente ella misma al Verbo, se adhiera fuertemente a Él, pregunte y consulte familiarmente sobre todas las cosas, de modo que la capacidad de su inteligencia es la medida de la audacia de sus deseos?
Todo ello constituye un verdadero contrato de matrimonio espiritual y santo. Y aun me quede corto diciendo “contrato”, es abrazo. Abrazo, ciertamente, cuando un mismo querer, un mismo no querer, hace de dos espíritus uno solo. Y no es de temer la disparidad de las personas haga claudicar en algo la conveniencia de voluntades, porque el amor no entiende de respeto: Amor venerantiam nescit, o lo que es lo mismo, amor de amar, no de honrar. Honre, de buena manera, el que sienta horror, el que sienta estupor, el que teme, el que admira; todo eso está de más en el amante. El amor abunda para sí. El amor, cuando viene, traduce y cautiva en sí mismo todos los afectos. Por eso ama lo que ama y no sabe otra cosa.
Él mismo (el Esposo), que merece ser honrado, excita la sorpresa y la admiración, pero ama más ser amado (…)